EL MITO DE LA SOLIDARIDAD – La trilogía de la revolución francesa (2)
La solidaridad significa hacerse uno con el otro, fundirse, solidificarse en un solo ser, soldarse.
La solidaridad supone, por tanto,
ayudarse, pero también hundirse con el otro, si es el caso.
El cantante chileno Julio
Numhauser, dice en una de sus canciones:
Un colihue es muy delgado/y muy
fácil de quebrar/pero si juntamos varios/son difícil de doblar.
Si se une el campesino/el minero,
el pescador,/todos los trabajadores/son un brazo y una voz.
La suma de fuerzas positivas
siempre es positiva, aunque unos aporten mucho y otros muy poco. La suma será
mayor o menor, pero siempre positiva. Hacer, crear, imaginar, diseñar,
producir, siempre aporta.
No ocurre así en la ayuda, y en la
resolución de problemas. Por lo menos no siempre.
Imaginemos a una persona
hundiéndose en el mar. Si tratamos de salvarla tiene que ser de una manera que,
sumado su peso y el nuestro, no nos vayamos los dos al fondo. Si una persona
pesa tanto que no podemos hacerla flotar, ser solidaria con ella significaría
que los dos nos tendríamos que ir al fondo.
Si un problema es demasiado grande
para nuestra fuerza, solidarizarnos con él, unirnos, soldarnos, no lo salvaría,
y nosotros nos veríamos arrastrados a la desgracia, sin suponer ninguna
utilidad para nadie.
¿Le sirve de algo al que se hunde
que nos hundamos con él? Es solidario, sí. ¿Pero es útil para alguien?
El concepto de solidaridad es de
uso relativamente moderno. En la trilogía de valores, o metas, de la revolución
francesa era reemplazado por el concepto de fraternidad, y no sería usado hasta
mediados del siglo XIX en Francia.
El concepto de solidaridad y el de
fraternidad no son sinónimos, tienen importantes diferencias.
La fraternidad tiene que ver con el
cariño entre hermanos. Los hermanos son del mismo padre pero no iguales, ni
tienen que serlo, de hecho luchan por diferenciarse, también ante los ojos de
los padres. Los hermanos se apoyan pero también se odian, y se combaten.
Algunas culturas buscan sus mitos fundacionales en el enfrentamiento de dos
hermanos, como es el caso de Roma, o el caso de las religiones del libro, con Caín
y Abel.
La fraternidad incluye y permite la
ayuda, pero no evade la confrontación y la pelea, cuando son necesarias.
Dije en la primera entrega de la
trilogía de la revolución francesa que, cuando una meta es imposible, se
convierte en un mito, que permite y justifica que siga el movimiento, o la
revolución, o el impulso en marcha.
La solidaridad necesita un estudio
en profundidad, pues puede hundir al grupo social, si éste se entrega
inocentemente a ella. La unión de fuerzas aporta a la supervivencia y al
cumplimiento de deseos o logros. Pero la solidaridad aplicada a los problemas
puede suponer, si no se estudia bien la fuerza propia y los recursos
disponibles, el hundimiento del barco entero. Las buenas intenciones no son
suficientes.
La fraternidad, por otro lado, sí
aporta una visión emocionalmente más rica de matices de apoyo y ayuda. Te
ayudo, pero me cuido. Te amo, pero respeto tu diferencia, y si tú te hundes
mido mis fuerzas a la hora de ayudarte. Implica conocer nuestros límites y los
del otro, y a aceptar la confrontación como parte de la construcción de un
sistema grupal.
No todos están dispuestos a ello.
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