EL MITO DE LA IGUALDAD – La trilogía de la revolución francesa (1)

La revolución francesa tiene sus metas y sus mitos.

Todo acto necesita una meta para justificarse, en su caso, –en el de la revolución francesa–, la búsqueda, parece ser, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que luego eso de la fraternidad, que sonaba mucho a curillas, a fraters, se sustituyó por la solidaridad, mucho más material, pues efectivamente iba de soldar, de hacer sólido, lo que no puede hacerse sólido. Lo iremos viendo poco a poco.

Cuando no se puede alcanzar una meta, entonces hay que cambiar la meta por un mito, para que la acción siga, para que no se pare el movimiento.

Hoy toca la igualdad. El mito de la igualdad. La búsqueda de un imposible, y de un indeseable: la igualdad.

 

Los seres vivos son sujetos cambiantes, es decir, la vida se define por la continuidad del ser a través del cambio.

El sujeto vivo permanece siendo el mismo cambiando constantemente su constitución.

Un ser vivo es un grupo de elementos que respiran en comunidad, es decir, toman cosas del exterior, las procesan y utilizan, y expulsan al exterior lo desechable.

Un ser vivo es un espíritu, según cierta formulación griega, un ser compuesto por muchos organismos, que respira en conjunto, inspira y espira, toma y expulsa, y en medio de eso, comparte y vive.

 

No hay dos seres vivos iguales ni en composición ni en comportamiento.

Si hay objetos iguales, como el racionalismo entendió. Los objetos materiales se pueden medir por patrones, y comparar. La racionalidad es la medición desde un patrón, que iguala o racionaliza, mide, compara. Pero los seres humanos no son enteramente materia, no son racionales. Por lo menos su comportamiento difícilmente lo puede ser.

Los seres vivos se comportan, es decir, actúan según tres motores básicos: el primero es su programa genético o instinto, el segundo su programa aprendido por la experiencia o transmitido por su grupo social, en el caso de los seres sociales, y el tercer motor es el azar o en su caso, la decisión propia; situaciones que no programa el instinto ni la experiencia, ni personal ni grupal, y se precisa una acción, o situaciones donde el instinto dicta una cosa y la experiencia justo la contraria, y entonces la acción requerida necesita ser tomada desde el azar, o mediante un acto de cualquier tipo que supere esa dicotomía.   

Entonces, no ya los seres humanos, los seres vivos en general no somos, ni podemos ser iguales, ni en composición ni en comportamiento.

Cada ser es único, diferente, y es un intento, en primer lugar de sobrevivir, y si se tiene éxito y sobra energía para más, de alcanzar metas diferentes e individuales.

¿O lo que se quiere decir con buscar la igualdad es que todos tenemos que tener las mismas metas?

 

Ni aún teniendo las mismas metas, compartiendo además del objetivo de la supervivencia, el objetivo de vida sobrante, por algo más allá de la supervivencia, el medio en el que estamos cada ser varía, y nos impone tanto composiciones como comportamientos diferentes, aunque fuera para alcanzar las mismas metas.

No es lo mismo vivir en el mar que en el aire, en el desierto que en la selva, en una ciudad que en el campo, en el ahora que en la Mesopotamia clásica.  

No podemos ser iguales, y enfocando en el deseo, no es deseable que lo seamos.

 

Algunos dicen que se trata de la equidad, no la igualdad. Se trata de compensar lo que les falta a algunos para volvernos a todos iguales. Sería dar a unos desigualmente para compensar lo que les falta, y que todos seamos, finalmente, iguales.

La desigualdad de trato con unos para igualarnos a todos. Como si todos deseáramos ser iguales, y la igualdad aportara algo mágico y especial.

Lo que no quita que buscar la igualdad en ciertas materias parezca necesario, incluso a la supervivencia. Todos somos, por tanto, todos tenemos que ser escuchados y tenidos en cuenta. Si no somos tenidos en cuenta el grupo tendrá problemas. Pero no tenidos en cuenta por igual. Somos diversos. Y no es algo que haya que arreglar siempre.

También necesitamos reglas de juego, y las reglas suele ser bueno que sean las mismas para todos, y que todos las conozcamos, cosa que no tiene nada que ver con que todos tengamos las mismas oportunidades. Cosa imposible. Personalmente yo me conformo con tener algunas oportunidades, las suficientes para mi, y no quiero ni necesito tener las mismas que los demás.

 

En mis escritos intento respetar unas reglas de redacción, donde presente el tema, lo desarrolle y termine con una conclusión. No va a ser este el caso. No hay conclusión, dejo la redacción del escrito abierta a la reflexión del lector y el escuchante, y termino con una pregunta o varias.

¿Cada ser vivo diferente tiene que ser protegido e igualado, o ecualizado, para que sobreviva? ¿Todo comportamiento, como si fuera un tesoro cultural, tiene que ser protegido y permitido en aras de la igualdad en la diversidad, y la equidad, que parece ser el foco de la modernidad? ¿Acaso proteger la vida es protegerla de aquello que la define, que es el cambio, y evitarlo es eliminar la muerte? ¿Existe la vida, pues, sin el cambio, la corrupción o la muerte?

 

NOTA: he usado varias veces la metáfora de la revolución francesa y su bandera, la de los tres colores, el azul, el blanco y el rojo, que, y es asignación personal mía en parte, simbolizaban, por una parte al pueblo de París, el azul y el rojo, y que yo relaciono con la libertad por un lado, el comportamiento anárquico, azaroso, la decisión libre de los sujetos humanos, y el rojo, la hermandad, la empatía con los otros seres, recordando que empatía no es simpatía. Y en el choque entre la libertad y la fraternidad con el otro, en ese conflicto –que lo es–, aparece una tercera fuerza, cuya función es dar solución, cuando la libertad y la fraternidad no se ponen de acuerdo.

El blanco representaba la monarquía, el que tiene el poder de decidir cuando los otros dos no se ponen de acuerdo.

Aquello que Luis XVI reclamaba como poder último, para justificar su posición. Cuando la asamblea no se pusiera de acuerdo, él decidiría soberanamente. Salvando su vida, y la del reino.

Aunque certeramente los anarquistas también reclamaran, no sin razón, que ese papel lo podía hacer también el azar, que las decisiones, donde no son claros los acuerdos, simplemente con echar unos dados y decidir por azar, es suficiente para desatascar una acción, que sí es necesario tomar.



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